29/3/09

Reflexiones sobre la crisis en el campo: el traumático pasaje de un capitalismo a otro

1. La crisis actual del campo en el contexto de las crisis argentinas
2. Dos modelos en pugna en el campo: reflexiones acotadas

Por Julio Godio, Director del Instituto Mundo del Trabajo

Fuente: Rebanadas de Realidad - Buenos Aires, 28/03/09

1. La crisis actual del campo en el contexto de las crisis argentinas

La Argentina está experimentando desde el 2008 y hasta la fecha una profunda crisis en el campo, en la cual se entremezclan fuertes cambios productivos con diferentes intereses económicos y sociales de acuerdo a la estratificación de las clases sociales involucradas. Al mismo tiempo, al calor de esta crisis, distintas fuerzas políticas de oposición se han fortalecido en su crítica al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Sin duda, este es un proceso económico y político traumático que ha movilizado no sólo a las entidades agrarias, si no también a importantes sectores de las clases medias urbanas no-kirchneristas. El kirchnerismo preserva su fuerza sociopolítica, pero ha sufrido pérdidas en el apoyo popular, especialmente en distintas provincias.
Los países experimentan procesos traumáticos cuando emprenden el camino de sustituir una formación económico-social caduca que frena el progreso, por otra que sí lo facilitaría. La caducidad de la antigua formación económico-social expresa sus síntomas a través de un proceso dentro del cual se producen se producen crisis parciales políticas, económicas, sociolaborales y culturales. Estas crisis parciales son señales todavía descoordinadas y poco nítidas. Por ello dificultan a los líderes políticos, sociales y a los intelectuales, formarse ideas claras sobre la dirección de la crisis global en gestación.
Siempre, en un momento, la crisis se vuelve global, irrumpe y vacía de legitimidad al Estado-nación. Se forman apresuradamente coaliciones de fuerzas políticas y sociales que tratan de desplazar al grupo dominante. Logrado el objetivo el nuevo grupo dirigente da lugar a una nueva etapa histórica, aunque esta no resulte necesariamente progresiva.
Para contar con una evaluación serena sobre la crisis y la solución se necesita un tiempo largo. Quizás quien expreso con tono confuciano fue el dirigente chino Ten Shiao Ping quien, preguntado sobre el impacto de la revolución francesa, dijo que 200 años era todavía poco tiempo para emitir un juicio fundado sobre esa acontecimiento que cambio a Europa y al mundo.
En Argentina hemos experimentado algunas crisis de las cuales podemos sacar algunas conclusiones. Una crisis es la que comenzó a manifestarse como malestar social y político en los años veinte del siglo XIX cuando la llamada "sociedad ganadera" mostraba sus limitaciones para transformar la economía agraria extensiva en economía agro-industrial integrada. Entonces gobernaba por segundo mandato Hipólito Yrigoyen y la UCR, que persistían en el programa de "democratizar" a la agotada sociedad ganadera. El fracaso de este programa se expresaba en lo político como abroquelamiento y aislamiento del yrigoyenismo. Este recurría al clientelismo para gobernar.
Así, un gran partido popular democrático perdió sus capacidades para transformar al país. El emergente movimiento obrero, al no encontrar un interlocutor serio en el poder, opto por una especie de corporativismo revolucionario. La burguesía nacional formada ya durante la Primera Guerra Mundial también priorizó sus intereses corporativos. En este contexto, la crisis mundial de 1929 aceleró la crisis local. Las FF.AA., (especialmente el Ejército), moldeadas en el viejo conservadurismo y siendo conscientes que podía peligrar su rol de última trinchera del Estado-nación, se pusieron a la cabeza del malestar social y provocaron el nefasto golpe de Estado de 1930. La incompleta democracia liberal se desplomó sin mayores resistencias. Pero el poder militar no se proponía abrir camino a la industrialización sustitutiva sino preservar a la anacrónica sociedad ganadera. Una nueva crisis era inevitable.
Así, quince años después de aquel Golpe de Estado, habiéndose constituido semi-espontáneamente una sociedad industrial sencilla, se produciría la eclosión obrera y popular del 17 de octubre de 1945. De las entrañas de la Revolución Nacionalista de 1943, nacería el peronismo. La nueva salida a la crisis fue lograda por la conjunción entre las FF.AA., ahora "católicas", y un sindicalismo que abandonaba su cultura socialista y adoptaba una cultura laborista con un fuerte componente de cristianismo social. El país se orienta desde 1945 hacia un modelo no agrario-industrial sino estatal-industrialista y autárquico. Nace la sociedad salarial para ordenar la industrialización liviana, ampliar el mercado interno y al mismo tiempo, impedir una nueva radicalización política del poderoso movimiento obrero. Como resultado del bloque nacionalista y popular se establece el Estado justicialista. Se impidió de este modo que la Argentina de postguerra fuese gobernada por una especie de frente popular plebeyo con el peligro de guerra civil.
El peronismo cambió sustancialmente a este país. Surgió un nuevo mercado de trabajo según las reglas de la sociedad salarial con inclusión social, como estaba ocurriendo en la Europa del Estado de Bienestar dentro de los parámetros keynesianos. Pero al mismo tiempo la sociedad se dividió entre peronismo y antiperonismo, que era la forma que adoptaba en los años cuarenta la histórica oposición entre nacionalismo y liberalismo.
Pero el impulso histórico estatal-justicialista duró sólo nueve años. En 1954 se hizo presente nuevamente la "anomalía argentina" (1) (que consiste en la necesidad frustrada de construir un gran país agro-industrial integrado, que recupere el dinamismo exportador existente entre 1880 y 1925). Perón -que sin duda fue un estadista- comprendió ese año que era necesario construir una economía agro-industrial competitiva. En un notable discurso, que pronunció en la inauguración del "Congreso de la Productividad", a fines de 1954, puso en el tapete algunos temas centrales, a saber: abrir el país a las inversiones extranjeras, integrar a la industria con la producción agraria y terminar con la antinomia peronismo-antiperonismo.
Pero el país estaba enceguecido y dividido en 1955. Nadie escuchaba a nadie, como volverá a ocurrir entre 1974 y 1976. Tal es así que ni los propios peronistas recuerdan aquel discurso de Perón. Se abrió un "diálogo de sordos", en el cual quizás sólo Arturo Frondizi entendió parcialmente de qué se trataba, lo que se demostraría luego con la crisis de la UCR y la creación apresurada de la UCRI. La anomalía argentina, ante tal frustración, se replegó sobre sí misma, sabiendo que su doliente historia sufriría una nueva frustración, que se materializa con el golpe de Estado conservador de septiembre de 1955.
Ahora, en 2008, luego de 25 años de democracia política efectiva, nuevamente la anomalía trata de hacerse escuchar a través del paro agrario, que ya lleva más de dos semanas.
Para resolver la modalidad que adopta la anomalía en el campo, y que ha desembocado ahora en una creciente resistencia a la política económica nacionalista-industrialista, se requiere resolver correctamente la contradicción entre a) la necesidad de avanzar aún más en la calidad del proceso de la sojización del país (que se sustenta en una gran revolución tecnológica), y b) el desarrollo de los grandes espacios de diversidad agro-productiva, donde se instala la mayoría de los pequeños y medianos productores. Las políticas a implementar han sido expuestas con precisión en un artículo de Osvaldo Barsky (2), que nos ha estimulado para escribir estas líneas.
La mayoría de la sociedad argentina apoya a este gobierno nacionalista neodesarrollista sustentado en el kirchnerismo-peronismo y la "transversalidad". La crisis del campo debe ser resuelta en la línea de asegurar que la profundización del proceso de inserción en la economía mundial, apoyado en la soja, con la creación de una verdadera economía agro-industrial. El objetivo estratégico es que se fortalezca la democracia política obtenida en 1983. El conflicto actual entre productores agrarios y el gobierno debe ser resuelto en los marcos de garantizar el pasaje del capitalismo neoliberal a una economía de mercado productivista de orientación neokeynesiana.

2. Dos modelos en pugna en el campo: reflexiones acotadas

El 2 de abril de 2008, las entidades agropecuarias suspendieron por 30 días el paro que iniciaron el 13 de marzo. Durante casi tres semanas, se produjeron unos 400 cortes de rutas en todas las provincias. Es una tregua entre el gobierno y estas entidades para resolver el tema de las retenciones móviles y otros, también vinculados a la diversidad de la producción agrícola y ganadera. El desabastecimiento de alimentos a las ciudades, en primer lugar a la Capital Federal, fue importante.
En la pulseada, las entidades rurales salieron fortalecidas, y el gobierno se ha visto obligado a negociar. Este paro ha producido fisuras en el flamante gobierno de Cristina Kirchner. Para una comprensión del impacto del paro, es necesario encuadrar el acontecimiento dentro de una visión más amplia: estamos viviendo en este país un pasaje traumático de un capitalismo neoliberal a una economía de mercado abierta, y ello requiere un complejo proceso de ajuste de piezas económicas, políticas y sociolaborales, con final abierto.
El conflicto con los empresarios del campo es un conflicto por la distribución de la renta, aunque no es sólo eso, detrás late la oposición entre la ortodoxia neo-neoliberal y la heterodoxia neodesarrollista, y sus corolarios: rol del Estado en la economía, tipo de cambio, la industrialización, la propiedad de la tierra y la estructura del poder económico en la producción agropecuaria, el diseño mismo del sector agropecuario ("sojización" versus producción de alimentos). Dicho de otro modo: la redistribución de la riqueza no es sólo una cuestión distributiva, sino esencialmente una cuestión productiva: cada modelo productivo conlleva un sistema distributivo.
¿Cuál es el dato básico? La Argentina tiene un serio problema distributivo, más grave aún si se toma en cuenta que entre 1945-1975 y entre 1975-2000, la población experimentó una de las peores evoluciones del mundo en materia de distribución de la riqueza, pasando de un 5% de pobreza a un 30%, en perjuicio directo de los trabajadores asalariados y la clase media. No hay duda tampoco que el problema distributivo es el cáncer esencial de las economías latinoamericanas, según lo advirtió el propio Banco Mundial, y por lo tanto el objetivo esencial a ser visualizado. Tampoco hay duda que, las resistencias a redistribuir la riqueza, con el fin de retornar a una situación de virtual ausencia de pobreza como en las décadas de 1950-1970 (es decir algo que para la Argentina no sería un avance, sino solo volver a dónde ya estuvo) son extremas (es altamente probable que las tensiones inflacionarias expresen esencialmente esta resistencia).
Entre 2003 y 2007 la Argentina creció como nunca lo hizo en su historia, produciendo en este último año un 50% más de lo que producía al comienzo del ciclo. Dicho con un ejemplo simple, si al comienzo de 2003 producía 100 litros de leche, hoy produce 150 litros de leche. La bonanza de esos 50 litros de leche extras, debió haber permitido negociar una razonable redistribución, sin necesidad de pujas salvajes ni ponerle la mano en el bolsillo a nadie, con el fin de reconstruir los niveles de vida de los años 1950-1970, y de una sociedad más sana y equilibrada. Sin embargo ello no sucedió: el 10% más rico sigue apropiándose de un porcentaje demasiado alto, que no solo produce un serio desequilibrio social, sino que castiga al trabajo (con el nefasto efecto moral que ello tiene sobre la juventud), introduce deformaciones económicas de todo tipo (debido a los altos excedentes de ganancia), desde mecanismos de corrupción hasta tráfico de productos ilegales, y finalmente alimenta la existencia de un sector social minoritario demasiado poderoso, que utiliza ese poder para obstruir los procesos de decisión democráticos.
¿Qué sostiene básicamente la Sociedad Rural (y AAPRESID, Asociación de Siembra Directa de Soja)? La idea básica es restablecer las reglas económicas de los años 90, basada en el principio madre de las "ventajas naturales", adaptándolas a los sucesos económicos de ésta década (boom sojero, reversión de los términos de intercambio de los productos primarios, China-India, etc.). En esa visión, la Argentina tiene un importante potencial de altísima rentabilidad, por varias décadas, si se dedica de lleno a la producción de oleaginosas (soja básicamente y girasol) y petróleo. Para que este esquema prospere plenamente, es preciso desvincular la economía agraria, de todo "lastre" productivo, como la industria no relacionada con las oleaginosas, eliminar todo gasto estatal que no esté destinado a la infraestructura "sojera" reduciendo al mínimo los impuestos sobre la producción agropecuaria y las transferencias de riqueza del agro hacia otros sectores de la producción.
Este modelo de producción básica primaria, lleva a serios problemas sociales, fundamentalmente de empleo, porque la producción agropecuaria y sus eventuales transformaciones industriales que puedan producirse en el país, no es capaz por sí sola de mantener los empleos que demanda una población que es 90% urbana. Se puede estimar en un déficit de empleos no menor al 30% de las necesidades de empleo totales. Y a ello se debe sumar que un alto grado de aumento de la informalidad en una economía "sojizada", restableciendo el proceso de precarización del empleo que se vivió en los 90.
El modelo más atractivo para este tipo de objetivo es sin duda el chileno: una economía que produce commodities de alta demanda mundial (cobre, madera, celulosa), con mínima industrialización. Los componentes básicos del modelo chileno son alta desigualdad pero baja pobreza (emparejar para abajo pero evitando la desesperación social; esto tiene graves consecuencias entre la juventud pero evita los desórdenes sociales; a la vez que lleva a diseñar un Estado capaz de combinar represión y atención focalizada de la pobreza extrema), gran apertura económica al mundo y relaciones mediante tratados de libre comercio, relación privilegiada con los grandes mercados internacionales (sobre todo EE.UU. y China) y un sistema sindical atomizado por empresa. Políticamente requiere de un estricto sistema bipartidario. En materia internacional, menor importancia de pertenencia a bloques y construcción de mercados regionales, como el Mercosur o la Comunidad Andina.
Notablemente este modelo lleva a la reconversión del campo argentino, tal como está diseñado actualmente: eliminación del subsector lechero y reorganización del subsector de la carne vacuna para proveer exclusivamente un mercado internacional de alta capacidad de consumo. Probablemente, esta tendencia también limite el desarrollo del sector forestal-maderero, o solo lo admita en tanto y en cuanto esté orientado a la producción de pulpa de celulosa en base a la plantación de eucaliptos.
En cambio, el modelo neodesarrollista (diseñado en sus líneas básicas por Roberto Lavagna y aplicado por Kirchner) parte de dos objetivos notablemente diferentes: 1) proveer empleo decente a toda la población del país; 2) establecer un "sistema" interconectado de sector más o menos rentables, para conformar una sociedad "desarrollada", con menos desequilibrios sociales, territoriales y tecnológicos. Este modelo requiere industrialización, mercados regionales y un tipo de infraestructura (diferente de la del modelo neoliberal) que conecte las regiones internas entre sí y sobre todo Sudamérica, con el fin de conformar un gran mercado regional. Y para ello es necesario un Estado fuertemente regulador, capaz de reasignar (distribuir) superganancias en un sector para desarrollar otros.


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